Cuando mi abuela hacía lentejas me contaba la historia de Esaú, quien entregó a su hermano Jacob su primogenitura a cambio de un plato de lentejas. Me contaba, también, que su mamá dejó un día a su hermanita de sólo cinco años cuidando la olla de las lentejas, y cómo la reprendió con violencia tras habérsela echado encima. Cuando mi abuela hacía lentejas ella no las comía porque le traían malos recuerdos.
Muchos años desprecié en silencio las lentejas por lealtad a mi abuela sin entender que ella no estaba enojada con las legumbres sino con la crueldad de su mamá. Cuando yo comía lentejas, incluso si las disfrutaba, lo hacía secretamente bajo protesta. Un día mi abuela se reconcilió con las lentejas o, mejor dicho, con su memoria, y comió la sopa que preparó y me contó la historia de Esaú, quien entregó a su hermano Jacob su primogenitura a cambio de un plato de lentejas.
Cuando hago lentejas me alegra haberme reconciliado con ellas. ¡Me gustan tanto! Pienso que, como Esaú, entregaría mi primogenitura a cambio de un plato de lentejas. Cuando como lentejas mis intestinos protestan después de algunas horas; será que aún debo reconciliarme con mi memoria.
Sopa de lentejas

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