Rento una casita a la que sólo llego a dormir y de la que desearía irme pronto. Me he rehusado a colgar cosas en sus paredes. Los últimos meses no he intentado hallar belleza en lo que no detona en mí curiosidad, fascinación o alegría; al contrario, me he empeñado en detestarlo tanto que se ha vuelto insufrible. No celebro esta conducta malsana, de hecho me incomoda demasiado. Es un experimento. Pasé mucho tiempo sobreestimulada por un entorno que aprendí a amar con enjundia; aquí hasta lo más dulce hoy me parece desabrido, y lo lamento. Tal vez logre encontrar, en el hastío, la disposición a retirarme apenas pueda hacerlo: aprovechar la oportunidad sin tanto requilorio, a pesar del miedo y la vergüenza. Sé que no suena sensato; el tedio es un combustible poco inflamable. No tengo, ahora, energía para arder como antes.
Fuego lento

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